“Quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Dom. XXIV T.O.)

 

La profecía de Isaías 50 nos recuerda uno de los últimos Cánticos del Siervo de Yahvé. Y en él, uno de los consuelos de la fe, saber que no padecemos solos. “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”. Lo leemos cada viernes santo. Jesús lo tuvo en su mente y en su corazón mientras se cumplía en él esta profecía. “El Señor me ayuda” seguro que lo repitió en su corazón y tomó fuerzas con ello. Es importante que no caigamos en la desesperación, que aún en los momentos difíciles de la vida nos sepamos acompañados, amados y consolados como el Siervo de Yahvé.

El salmo que rezamos este domingo refuerza también esta idea. “Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco”. Ante todo una de las expresiones de amor y compasión de Dios es la escucha. Acoge todo aquello que decimos, aunque él ya sabe todo. Le gusta oírlo de nuestros labios, saber que acudimos y confiamos en su nombre.

El evangelio de hoy con la pregunta de Jesús por su identidad: ¿quién decís que soy yo?, revela algo que nos sigue ocurriendo. Tenemos una fe muchas veces idealizada, dulcificada, como de cuento de Walt Disney. Cuando Jesús confiesa su mesianismo real, que no excluía el sufrimiento, sino todo lo contrario, asumía todo lo doloroso y la entrega que supondrían sus palabras; los discípulos con Pedro a la cabeza solo saben escandalizarse y decir “eso no te pasará a ti jamás”. Querían un camino fácil, llano, triunfante y glorioso para su Señor. Pero ese camino no existe. No es real. El bien, la bondad, suscita odio y celos de aquellos que no son tan buenos, que temen que alguien les haga sombra o les descubra. Y Jesús fue profundamente coherente y aceptó las consecuencias de su predicación mesiánica, cercana a pobres, marginados y pecadores, escandalosamente rupturista con la religión farisaica, hasta la sangre.

Dicen que “no hay servicio sin sacrificio” y es real. El servicio cristiano no es ni debe ser popular. No es el que sonríe y sale en fotos entregando alimentos o haciendo algo en favor de los demás. “Estos ya tuvieron su paga” como dice el evangelio. El servicio cristiano es entrega de la vida callada y continua, normalmente sin aplauso ni micros ni cámaras, a veces ni te dan las gracias. Y sí, supone entregar tu tiempo, tus dones, tu cariño a los demás, aunque ellos jamás te correspondan. Como dice la carta de Santiago: “muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”. A veces se nos olvida que seguimos a un crucificado, a alguien que no se reservó nada para sí, lo dió todo, amó a todos, sirvió a todos, especialmente a los que nadie amaba ni servía. Y la cruz fue su paga. Por eso Dios, que es Justo, lo resucitó. Porque el amor auténtico no puede morir.

Madre Teresa de Calcuta rezaba así: Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas, ÁMALAS DE TODOS MODOS. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoístas, HAZ EL BIEN DE TODOS MODOS. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdaderos, LUCHA DE TODOS MODOS. El bien que hagas hoy será olvidado mañana, HAZ EL BIEN DE TODOS MODOS. La sinceridad y la franqueza te hacen vulnerable, SÉ SINCERO Y FRANCO DE TODOS MODOS. Lo que has tardado años en construir puede ser destruido en una noche, CONSTRUYE DE TODOS MODOS. Alguien que necesita ayuda de verdad puede atacarte si lo ayudas, AYÚDALE DE TODOS MODOS. Da al mundo lo mejor que tienes y te golpearán a pesar de ello, DA AL MUNDO LO MEJOR QUE TIENES DE TODOS MODOS.