Ricos sí, pero ¿ante quién? Domingo XVIII del T.O.

 

El libro del Eclesiastés no estimula el optimismo este domingo: Vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! Nos hace caer en la cuenta del sinsentido y los cansancios de la vida. De la fugacidad de todo. Del absurdo de invertir demasiadas horas en algo para que luego no resulte o que lo herede otro que no lo valora y no hizo nada para conseguirlo. ¡Todo es vanidad! Y en parte así es realmente.

Por eso la petición del salmo 89 es muy oportuna: “Enséñanos a calcular nuestros años,para que adquiramos un corazón sensato”. Enséñanos Señor a valorar lo escaso de la vida, de nuestras fuerzas y riquezas, para poder invertirlas sólo en lo más valioso y productivo. En Ti y en todo lo que aproveche a nuestros hermanos. Danos Señor un corazón sensato. Un corazón que ama con sentido, con razones, con fundamento… no por capricho, no a tontas y a locas. Sino poniendo alma, vida y corazón en lo valioso, en Ti y en todas las cosas buenas que llenan nuestra vida de sentido y nos dan identidad, nos hacen ser únicos.

La carta de Pablo a los Colosenses refuerza esta idea. “Buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. No os contentéis con sucedáneos, buscad la felicidad auténtica, la justicia plena, la salvación total. No miréis solo por vuestro propio bien, por vuestro interés. La advertencia de Jesús a sus discípulos es clara: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». La vida no depende de los bienes que tenemos, al menos no absolutamente. Una parte sí, pero no toda. Se puede ser rico y desgraciado, y se puede ser pobre y feliz. Ambas cosas pasan con más frecuencia de lo que creemos.

¿Somos ambiciosos? ¿Cuáles son mis ambiciones? ¿Qué busco profundamente en mi vida, en mi día a día? Cuidado a dónde ponemos el centro y sentido de nuestra vida. No seamos como el necio que atesora para sí, pero no es rico ante Dios. Ante Dios solo valen otras riquezas: humildad, generosidad, abnegación, servicio desinteresado, bondad, amor gratuito… estas cosas sí que nos hacen ser verdaderamente ricos. Lo demás (dinero, fama, éxito, poder…) son espejismos de la vida buena que seducen y engañan fácil, y tan rápido vienen como se van. Pon tu vida en fundamento sólido.

Víctor Chacón, CSsR