“Salvación universal, sí; pero no sin ti”. Domingo XXI del T. O.

El profeta Isaías resalta en la primera lectura de este domingo con una maravillosa invitación de todos los pueblos y razas a la salvación del Dios Bueno y creador de todo (s): “Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos”. ¡A todos vuestros hermanos! Sorprende esta idea tan clara y rotunda de fraternidad que siglos después rescatara del olvido un Francisco de Asís, y que de nuevo, el Papa Francisco, haya tenido que subrayar en Fratelli Tutti y Laudato Sii. Estamos llamados a vivir y construir una fraternidad universal, donde todos quepan, con sus diferencias y particularidades. Donde construyamos un espacio común y fraterno que sea hogar de todos, casa del Padre, lugar de bendición y acogida. Dios desea salvar a todos sus hijos y no excluye a priori a nadie, a ningún pueblo, a ninguna raza. Muchos olvidan con frecuencia esta idea radical y subversiva de igualdad y fraternidad presente en el corazón del cristianismo que abolió estamentos, esclavitudes y separaciones sentando en torno a la misma mesa, en el mismo templo, a hombres, mujeres, ancianos y niños de distintas razas y condiciones sociales. Sin separaciones, sin distinciones, comiendo todos el mismo pan y bebiendo del mismo cáliz. Para que esta nueva fraternidad -que está en el proyecto de Dios- sea real conviene rezar mucho y pedirle a Dios que nos haga capaces de convivir, de respetarnos y de entendernos, ¡todo un reto, no hay duda!

Esta salvación gratuita, universal y fruto de la generosidad del Viñador bueno, que quiere pagar a los trabajadores de la última hora lo mismo que a los de la primera… tiene alguna concreción más como apunta el evangelio de hoy: “Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán».

Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, dice Jesús. Jesús no entra en la cuestión del número que le provoca aquel señor curioso, no es cuestión de número. Sino de querer entrar por la puerta estrecha. Las puertas estrechas obligan a pasar con cuidado, a poner atención, calcular si así como voy paso bien… agachar la cabeza, incluso girarme un poco de perfil,… obliga a hacer un esfuerzo, un pequeño sacrificio. Por una puerta estrecha no se puede entrar cargando muchas cosas, ni con paquetes o cajas voluminosos. La puerta estrecha obliga a la sencillez, a la parquedad, a la austeridad. Todo eso hace falta para entrar al reino del Padre. No es cuestión de números clausos, de invitaciones o reservas. El cielo es cuestión de querer entrar por esa puerta angosta, que me obliga a detenerme y revisar mi vida, mi persona ¿entro así como voy? ¿me sobran cosas? ¿me he de agachar mucho o poco? Un poquito seguro que habré de inclinarme. “Ante el nombre de Dios toda rodilla se doble” dice San Pablo. San Agustín, más poéticamente, decía a propósito de la salvación: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Es decir, Dios no desea salvarte a la fuerza, su salvación no es automática, obligada, ni por sistema… has de querer. El quiere que quieras y no te va a forzar a amarle, a buscarle ni a unirte a su reino de cualquier modo. Has sido invitado a su banquete: lávate, vístete bien, péinate y perfúmate… porque sin vestido de boda (obras de la fe) no se puede entrar a la gran fiesta del reino. Salvación abierta a todos sí, pero no sin tu querer, no sin ti. Tú has de poner lo tuyo.

Víctor Chacón, CSsR