“SEPARARSE PARA UNIRSE”. Solemnidad de la Ascensión del Señor

 

Parece un juego de palabras, pero no lo es. Es la realidad que los discípulos vivieron. Separarse del Señor, permitir su ausencia física, para estar unidos a Él de un modo nuevo y profundo a través del Espíritu Santo. Jesús había invertido mucho tiempo y gastado mucha saliva en explicarles lo que iba a ocurrir. Pero nada, los miedos, las dudas, las inseguridades seguían ahí campando a sus anchas. Ellos seguían queriendo controlarlo todo, que todo siguiera como hasta entonces sin admitir que estaban ya en un tiempo nuevo, en una fase nueva del proyecto de Dios. Este aferrarnos al “pasado feliz” que alguna vez vivimos e idealizar lo que vendrá es un mal muy común y humano. Querer que todo sea como fue, sin fiarnos del todo de Dios, de su proyecto y de su presencia en el futuro que será inexorable y  rotundamente salvadora, pues Dios no sabe hacer otra cosa. Pero a los pobres creyentes nos cuesta confiar, abrirnos a su gracia.

Por eso les dice:  «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». No os toca conocer los tiempos… así que vivid el presente, el hoy, tratando de hacerlo tiempo de salvación y gracia, sabiendo que Yo y mi Espíritu están en él presentes. La misión que tenéis -ser mis testigos- es algo que no haréis solos sino con la fuerza de mi Espíritu. Hemos de pedir al Padre esto, aprender a ser hombres y mujeres del Espíritu, dóciles a su Espíritu, con una profunda comunión y búsqueda del Espíritu. Porque tener esto, vivir en esta docilidad, humildad y búsqueda es superar gran parte de los desatinos, errores y sufrimientos que causan el fanatismo y la soberbia humana que tantas veces se cuelan en nuestra fe y en otros credos.

Vayamos al Evangelio de Lucas. “Vosotros sois testigos de esto. (de mi pasión, muerte y resurrección). Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto”. Jesús distingue tiempos y señala, por un lado, un tiempo de preparación, de espera de “la fuerza que viene de lo alto” y será mientras están reunidos en la ciudad, en esa espera fraterna, en comunidad. Después, una vez ungidos, vendrá el tiempo de salir de la ciudad y testimoniar y anunciar el Evangelio, con la fuerza de Dios, con su Espíritu.

Sigue después: “Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. La secuencia es tan clara como precisa para Lucas: los bendice, se separa de ellos, ellos se postraron ante el misterio (mismo verbo que se da en la Adoración de los Magos ante el misterio de la Encarnación, el que Sube a los cielos es el que bajó de los cielos, Cristo Hijo de Dios). Y por fin se da el milagro: vuelven a Jerusalén con alegría, ya no hay tristeza ni miedo, saben lo que ha pasado, admiten el cambio en la vida de Jesús y en la suya. No siguen con añoranzas infantiles. La vida es cambio. La fe es aprender a cambiar dóciles al Espíritu. Oremos a Dios para fortalecer esa cualidad creyente, que Él lo haga en nosotros.

Víctor Chacón, CSsR