Solemnidad de la Natividad del Señor, 25 de diciembre

 

¡Feliz Navidad! El profeta Isaías exclama: “Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén”. El Señor ha consolado a su Pueblo. El nacimiento de su Hijo Jesucristo humanado, encarnado, es ante todo un profecía de consolación y salvación. No caminamos solos en esta árida y -tantas veces- injusta tierra. Él camina a nuestro lado, con nosotros, como uno más. La Encarnación es un acto de compasión. Algunos santos llegan a señalar que casi es un acto de locura de Dios, algo inaudito, inesperado: ¡El creador hecho criatura! ¡El todopoderoso hecho humano, vulnerable, finito! Parece un chiste o una provocación. Pero no lo es. Es la prueba gratuita del amor de Dios. Él nos ama tanto que es capaz de ponerse en nuestro lugar, sentir lo que sentimos, experimentar frío, hambre y dolor. Dios nos comprende profundamente, nada humano le es ajeno, no deja que nos sintamos solos o desamparados.

Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. En Jesús lo divino y lo humano deben mantenerse con igual fuerza, pero sin confundirse. En Jesús lo divino no anula lo humano, sino que lo refuerza. Y lo humano es posibilidad -y no impedimento- para lo divino. Jesús naciendo abre un camino más claro y ancho por el que el ser humano es capaz de llegar a Dios, de invocarle, de relacionarse con Él. La espiritualidad no es un camino ajeno a la humanidad, o que niegue nada humano ni se sitúe arrogantemente por encima. No es esto. El dinamismo de la salvación es encarnatorio. Dios elige llevar a plenitud su obra de redención, asumiendo la historia y entrando en ella. Encarnándose en un tiempo concreto, en un lugar concreto y en un pueblo determinado, Israel. Dios no nos salva en abstracto. Sino que se acerca. Nos escucha y nos habla en nuestra lengua, en nuestras palabras, para que le entendamos. Lo propio del Trascendente (del que está más allá) es acercarse. Ojo a las espiritualidades que propugnan una salvación teórica, abstracta y solo espiritual; que no se acerca a las personas y a sus sufrimientos, que no escucha, que no se deja interpelar.

La liturgia expresa una consecuencia directa de la encarnación: “al revestirse el Hijo de nuestra frágil condición, nos hace a nosotros eternos”. Él nos ha introducido en su vida divina, en su Misterio de comunión y trinidad. Dios es familia y ahora nosotros pertenecemos a ella, en Jesús se nos ha abierto la puerta. Él le da así un horizonte nuevo a nuestra vida. No somos un animal más con su ciclo biológico: “nace, crece, se reproduce y muere”. Ese ciclo en el ser humano ha cambiado: “nace, crece, cree, da vida, muere y vive para siempre junto a su creador”. El horizonte humano ya es horizonte de salvación, de plenitud y gracia. Vivimos sostenidos por su presencia, por su gracia, por su amor. Si nos dejamos iluminar, si acogemos su mensaje de salvación todo cambia. Aquí está el reto hermanos: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Ojalá que recibamos a Dios con la mente, las manos y el corazón abiertos; que Él venga a poseerlo todo, a transformarlo todo, a dar a nuestra existencia un horizonte nuevo: de alegría y paz, de gozo y esperanza, de redención y luz. ¡Feliz Navidad!

Víctor Chacón, CSsR