Solemnidad de la NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

Normalmente la gente famosa e importante pone distancia con el resto del mundo. Lo necesitan por seguridad personal y para no ser molestados por pobres, curiosos, paparazzis y demás plebe inoportuna. La tendencia del poder humano es aislarse y separarse. Construir una realidad paralela de lujo, comodidades, confort donde solo cabe la belleza y el disfrute. Es lo que nos venden las revistas y programas del corazón y muchas de las series y películas que consumimos no sé si muy poco críticamente. Para muchas personas esta realidad de poder y lujo, apartados de la sociedad piojosa y pobre, constituye un oscuro objeto de deseo… ¡ojalá me pasara a mí! ¡ojalá yo fuera de esa élite!

Y San Alfonso, un enamorado de la Navidad, escribe así: “Amado Redentor, si me hubieras permitido pedirte la mayor prueba de amor, jamás se me habría ocurrido pedirte que nacieras niño. Pero Tú hiciste lo que nunca yo me hubiera atrevido ni a pensar. Viniste a llamar al pecador, y yo no soy precisamente justo; a curar al enfermo, y yo tengo necesidad de médico; a buscar al que se había perdido, y yo camino errante. Oh Señor, refugio de los pobres, ¿cómo voy a temerte? Solo temo a mi debilidad, pero esta pobreza mía me aproxima a Ti que te hiciste cercano como un niño”.

Esto es la Navidad, San Alfonso lo retrata bien: Celebrar la cercanía de Dios. Acoger la presencia de Dios que no es lejano ni distante, sino que viene a nuestro encuentro. Él es siempre el Emmanuel, Dios con nosotros. Ha querido unir su historia a la nuestra, su suerte a la nuestra. Su Vida a la nuestra. ¡Y cuánto bien nos hace! ¡Y cuánta luz nos da esto!

Por eso el profeta exclama lleno de gozo: “«¡Tu Dios reina!». Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor… el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén”. Esto es lo que el pueblo creyente esperaba y anhelaba durante siglos, ver al Mesías, sentir su presencia y su salvación. Ver a Dios cara a cara. Y en el nacimiento de Jesucristo se cumple. Dios llega y camina con nosotros y con ello nos demuestra la grandeza de nuestra vida, la llena de su Gloria y su Luz. Ser humano no puede ser algo tan malo cuando todo un Dios decide hacerse humano y vivir como nosotros. San Ireneo, Padre de la Iglesia decía con gran aplomo: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Él no quiere nuestra muerte, ni la de aquí abajo es una “prueba” o una “vida falsa” sino también auténtica, don y gracia, que Él nos dona. Aprovechémosla en sembrar toda la bondad, verdad, belleza que sea posible en nuestra vida. Pues Dios así lo quiere y en eso se complace. No quiere que tengamos una existencia triste, apocada, no quiere que vayamos “pidiendo perdón por existir”, acomplejados, como quien está fuera de sitio. Sino que como Él, nos embarremos, nos metamos a fondo en la experiencia de vivir, de amar, predicar, sentir, compartir la suerte de los últimos, perder la vida por las cosas valiosas, entregar nuestro tiempo a personas (no a cosas) y dar hasta el último aliento sabiendo que el tiempo pasa y que eso también es gracia! Cada vez estamos más cerca de volvernos a encontrar con este Dios tan humano y ¡qué maravilla eso cuando llegue! Pero mientras, no huyas de la realidad ni de esta vida, no tengas prisa por morir por favor. Porque Dios te sigue haciendo el don de tu vida humana, y en ella pone para ti millones de oportunidades de hacer fructificar, de vivir desde el amor y gozo de la fe, de sembrar sus semillas de salvación y compartirlas con otros hermanos que están solos o desanimados. Te toca también a ti hacer que para otros sea Navidad, y que sientan la presencia cercana de este Dios tan compasivo y tan loco.

“El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. (…) Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Nos toca ACOGER su luz, mirarla, sentirla, y dejarnos iluminar por ella para poder ser reflejo para otros de la misma. No tiene sentido quedarse una luz tan preciosa. Esta gracia crece si se comparte. Ahora sí: ¡Feliz Navidad!

Víctor Chacón Huertas, CSsR