Solemnidad de Pentecostés, ESPÍRITU QUE NOS HACE HERMANOS E HIJOS

 

Pentecostés pone el broche de oro a la Pascua. La Resurrección solo podrá culminar si aceptamos y vivimos al aire del Espíritu que todo lo renueva, lo recrea y lo santifica. Las imágenes de la Palabra que hablan del Espíritu son poderosas: viento huracanado, lenguas de fuego, soplo de Jesús… Todo invita a la expectación y a la adoración. Es algo que Dios hace, presencia suya, que cambia todo a su paso. Todo lo que esté abierto a su acción y se deje afectar por él.

Dice Hechos de los apóstoles que “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse”. Es sensacional. Pentecostés es la antítesis de Babel. La soberbia humana creó en Babel la lucha, la rivalidad y la ostentación de la obra humana; de aquel rascacielos que pretendía mirar a Dios desde arriba… y se quedó en algo tan ridículo como absurdo. Babel es la ruptura de la comunión. En cambio, Pentecostés atestigua que el Espíritu concede expresarse en lenguas nuevas, y da la posibilidad de hacerse entender… es la gramática común de aquellos que creemos en Dios. Nos entendemos hasta sin palabras. Sabemos distinguir que pocas cosas merecen discutirse en profundidad y que todo, debe ser leído, desde la primacía de Dios y de su amor salvífico.

“Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos”. Pablo a los Corintios da esta nueva clave poderosa y valiosa. El Espíritu suscita los diversos dones y carismas, y es el mismo y único Dios, actuando con multitud de facetas al mismo tiempo en sus siervos. El Espíritu reconcilia lo diverso, une a los diferentes, y en su Iglesia hace que seamos familia, hermanos, hijos del mismo Padre, compañeros de viaje y de vida hacia la eternidad dichosa. Esta clave espiritual nos presenta el reto de integrar lo diverso, unir lo dispar, hacer familia, crear comunión de iguales entre los que tienen diferencias. Es el antídoto contra todo fanatismo ciego y ateo, que no permite la acción multiforme de Dios o pretender reducirla a unas pocas variables bajo control humano. Como nos ha señalado tantas veces el Papa Francisco, “no nos comportemos como controladores de la gracia, sino como facilitadores de la misma”. Dejemos a Dios ser Dios.

Cristo resucitado les dice a los apóstoles: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Recibid. Acoged, estad abiertos a su acción, dejaos modelar… La vez anterior que Cristo había soplado fue en la Cruz: “Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30). Me gusta leer también allí Pentecostés, en la muerte de Cristo en la Cruz, en la entrega total de su vida. Tenemos un Dios que nos ama tanto que no nos deja solos ni un segundo: muere el Hijo y acto seguido se entrega el Espíritu, a través del aliento de vida (ruaj) que salía de sus labios. ¡Jesús muere dando vida! ¡Dando Espíritu! Qué maravilla increíble, como de quedarse mudos y decir: Señor, no merezco tanto amor, tanta gracia, tanta luz…tanta misericordia. Gracias Señor. Con la luz de tu resurrección y el soplo de tus labios, caminaré cada día de mi vida sabiendo que soy amado y perdonado.

 

Víctor Chacón, CSsR