Solemnidad de Pentecostés

El término hebreo ruaj y el griego pneuma significan originalmente “viento fuerte”, “soplo” o “aliento vital”. Aire en movimiento que es capaz de mover otras cosas. La ruaj es una fuerza divina que activa, dinamiza, desplaza,… Es curioso cómo esta “fuerza” actúa y cambia tanto exteriormente (como viento) como interiormente (como aliento vital). Nada escapa de su presencia.

La Escritura supo unir la trascendencia de Dios con su providencia o cuidado por el mundo. Dios no pertenece a este mundo creado, pero no se desentiende de él. Lo cuida y acompaña. El salmo 139 habla de esta mediación del Espíritu como presencia de Dios que se relaciona con el mundo y con el hombre.

El Espíritu Santo, don pascual del Señor resucitado, es quien nos santifica y nos transforma, quien desata dinámicas nuevas y liberadoras en nosotros. El Espíritu nos transforma en hijos de Dios, tiene poder de filiación. Por ello también nos hace hermanos, pues nos vincula a los otros hijos de Dios; tiene poder de comunión o integración. Sin que debamos confundir esta unidad que el Espíritu suscita con la uniformidad. Pues en lugar de hacernos fotocopias, el Espíritu suscita dones diversos, plurales y originales en cada persona:  “El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8).

El momento de Pentecostés descrito en Hechos señala esto. Una fuerza rompedora que irrumpe como viento y como fuego… y se posa sobre ellos. Lucas apunta certero que el Espíritu los encuentra reunidos, solo va cuando están juntos, no cuando cada uno camina por su lado. Comienzan a comunicarse, el Espíritu nos hace hablar, nos suelta la lengua a los tímidos y miedosos. Y he aquí la sorpresa, da habilidades nuevas: “acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma”. Sorprende mucho que aquellos galileos rudos -con cierta tendencia al nacionalismo- sepan otras lenguas. Y es que el Espíritu nos saca de nuestros “encasillamientos”, nuestras mentes estrechas y nos devuelve a la búsqueda de Dios en cada hombre y mujer, en cada pueblo y cultura.

Como señala Pablo, es el Espíritu el que construye la comunidad creando la diversidad: “hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. Esto es importante. Aceptar esta dinámica de riqueza y diversidad evita que nos quedemos anclados en los celos (por lo que el otro hace o sabe) y en una única forma de estar en la Iglesia y aportar.

Necesitamos abrirnos a este Espíritu que es don de Paz y de Perdón para cada uno de nosotros y que ayuda a reinventar, renovar nuestras vidas. Invoquémoslo con fe, ¡ven a nosotros ruaj Santa de Dios! Suscita en nosotros la total novedad de Dios que no conoce esquemas ni fronteras, razas ni límites.

Víctor Chacón Huertas, CSsR