Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo: “El Sagrario también es tu hermano y el pobre”

Conviene profundizar en el misterio de la Eucaristía y no tomar a la ligera las palabras de Jesús, ni lo que comulgar supone y pide a los creyentes. En la tradición cristiana y la teología se ha llegado a dar cuatro significados diferentes a la expresión “Cuerpo de Cristo”. Y para entender bien lo que celebramos y vivirlo hoy conviene no perder de vista ninguno.

Primera acepción. Cuerpo de Cristo es el cuerpo de Jesús, su imagen, que tanto cariño y veneración suscita en tantas personas de buena fe. Particularmente mucha gente adora la imagen de Jesús crucificado, y hay “cristos” que por su belleza o unción ayudan mucho a hablarle a Dios, a sentirle cerca. Muchas cofradías y hermandades custodian y cuidan así el Cuerpo de Cristo y con sus imágenes siguen haciendo presente la historia salvadora de Jesucristo. Pero conviene no quedarse aquí. Hay mucho más.

Segunda acepción. Cuerpo de Cristo es la Eucaristía, presencia viva y verdadera de Cristo que de modo especial ha querido quedarse en este Sacramento como consuelo, alimento y salvación de los fieles. San Alfonso la llamaba la “locura de amor de Dios” que no sabiendo qué más podía hacer por nosotros, se quedó en el pan para ser comido. El Vaticano II le llama “fuente y cumbre de la vida cristiana”. Es el sacramento de nuestra fe como decimos después de la consagración. Encierra el misterio de la entrega de Cristo y de su vida hasta el final.

Tercera acepción. “Vosotros sois cuerpo de Cristo, y miembros singulares suyos” (1 Cor 12, 27). Pablo habla de la Iglesia, está instruyendo a los Corintios para que lleguen a ser una verdadera comunidad de fe en Cristo. Y les dice que ellos, la comunidad, son el Cuerpo de Cristo. Comulgar en la Eucaristía solo tiene sentido si luego “formamos” o “edificamos” ese Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, unidos a otros hermanos. La Eucaristía me une muy especialmente a mis hermanos que comulgan, con ellos soy Cuerpo de Cristo. Y sin ellos o sin mí… el cuerpo está incompleto o mutilado.

Cuarta acepción. Los pobres son Cuerpo de Cristo. Cuerpo sufriente de Cristo. “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: “Tuve hambre, y no me disteis de comer” (San Juan Crisóstomo, siglo IV, Padre de la Iglesia). Es cuestión de coherencia. Comulgar con la vida de Cristo que se ha entregado compasivamente, me llama a ser compasivo, humilde y cercano a pobres y sufrientes. Santa Teresa de Ávila decía a sus monjas: “no me contéis cómo pasáis los ratos de oración, sino si al acabar deseáis servir de buen ánimo”. Ése será el signo de la auténtica oración: deseos de servir y entregarse a los hermanos. De otro modo…

Es importante recordar que en los siglos primeros la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes. Las persecuciones y la falta de templos hacían impensable un culto más formal de adoración eucarística. Al cesar las persecuciones, la reserva de la Eucaristía va tomando formas externas cada vez más solemnes. Y también necesario leer Evangelii Gaudium 47: “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles (…). A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”. Debemos abandonar la lógica de “la dignidad” y “la pureza” y separarlas de la eucaristía, han traído muchas herejías (cátaros y Jansenistas por ej.) y sufrimiento a la Iglesia.

Es bueno empezar a pensar más bien en el compromiso de fe que me pide comulgar. Ser más compasivo, más solidario, más humano, más fraterno. No se puede comulgar y tratar mal a las personas. Es profundamente absurdo. Con San Agustín diremos: “Tomad lo que sois, Cuerpo de Cristo; sed lo que tomáis, Cuerpo de Cristo”. Al comulgar intentemos ser presencia de Cristo para los demás… haremos y nos haremos mucho bien.

Víctor Chacón, CSsR