“También la Virgen va de misiones”

En aquellos tiempos los misioneros eran solemnes, subían al púlpito con sotana, revestidos de roquete con puntilla y con el Crucificado en el pecho. Con su potente voz llenaban las naves del templo abarrotadas de fieles. Las mujeres en vanguardia, los hombres en retaguardia y los niños sentaditos en las gradas del altar.

Antes del sermón grande, que movía los corazones y ahuyentaba a los demonios, que huían despavoridos, un misionero rezaba el rosario y explicaba la doctrina cristiana con sagrado humor. Además de instruir, atraía a la gente y daba amenidad a la misión. Era el único acontecimiento extraordinario en la vida monótona y rutinaria del pueblo.

Los tres medios

Contaba el misionero que un labrador, casi tan devoto del dios Baco, como de Jesucristo, antes de llegar al templo, se paró en la taberna y, junto con otros amigos, se tomó un medio de vino. Salía camino de la misión, cuando entraba un compadre que le invitó a otro medio. Ante la excusa de la prisa, éste esgrimió el conocido argumento agrícola: “Con una rueda no anda el carro”. Se quedó, pero con la condición de ir juntos a la iglesia. Apurado el vino acudieron presurosos.

Al llegar al atrio, el misionero decía a la gente: “Para alcanzar la salvación son necesarios tres medios”. El compadre dijo a su acompañante: “Lo ves, volvamos a tomarnos el tercer medio”. Así lo hicieron.

Comentando el percance con otro hermano, no de leche, sino de vino, éste les dijo: “Ya sé yo cuáles son los tres medios: Dios, las ánimas del purgatorio y la Virgen María”.

Los primeros redentoristas y la Virgen María

La Virgen tenía una importancia especial. Su imagen presidía los actos misionales desde el comienzo. Se rezaba el rosario y se predicaba un sermón solemne sobre la devoción a María. Ese día, antes de la función, retiraban la imagen, al terminar la peroración, el predicador preguntaba: “¿Dónde está la Virgen Maria? Llamadla”.

Los fieles, entusiasmados por el sermón que había enumerado los grandes bienes espirituales que se alcanzan por medio de la presencia de la María, clamaban, pidiendo su retorno. Se reconocían indignos de tenerla entre ellos, pero necesitados de su socorro.

De pronto se abrían las puertas del templo. En el pórtico, sobre unas andas llenas de flores y de velas, aparecía la imagen de María. La introducían entre aplausos, oraciones y aclamaciones, muy propios de los habitantes del Sur de Italia.

La “rosa de Jericó” en la floración de las misiones

Por los años sesenta, los misioneros, a pesar ser numerosos, no daban abasto a las peticiones de misión.

La Virgen era quien despertaba a los fieles para acudir a los actos misionales: Por medio del repique de las campanas, a la seis de la mañana; o la campanilla en manos del misionero, sonando por las calles; o el megáfono, cantando: “Levántate, fiel cristiano. Levántate que ya es hora, y a tu puerta está llamando, nuestra celestial Señora”.

En los templos se observaba rigurosamente el mandato de San Pablo: “Las mujeres cállense en la iglesia”. Sólo se admitía el cuchicheo, en voz baja, del comentario con la vecina sobre el vestido que estrenaba la hija joven de la Isabel o la borrachera del marido de la María. En este ambiente, los misioneros se atrevían, en contra de las normas y costumbres, a anunciar, con palabras llenas de expectación, la venida de una misionera. Ponderaban su belleza, palabra y cualidades, con tal maestría, que la curiosidad arrastraba a todos a la misión.

Al día siguiente, en un altar improvisado, rodeado de cortinas, con una mullida alfombra en el suelo y adornado de flores aparecía el Icono de la Virgen del Perpetuo Socorro. Resaltaban la importancia de la devoción a la Virgen y le consagraban la parroquia. Ante él se organizaban turnos ininterrumpidos de oración. Al final establecían la archicofradía.

Díselo con flores

El equipo misionero del Cesplam, llevado del amor a la Virgen, introduce su Icono en todas las casas donde se celebran las asambleas familiares: Ocupa la presidencia, al lado de la Biblia, con un florero y una vela a su lado.

En sintonía con los gustos de hoy, la mañana dedicada a ensalzar las glorias de María, piden a los fieles que le demuestren su amor con flores. Traen una flor por cada miembro de la familia: De color rojo por los hombres y de color blanco por las mujeres. Al colocarlas ante el Icono depositan en ellas un beso y se las dedican con unas palabras que expresan su agradecimiento y su petición. Palabras dignas de ser conservadas en una antología por el contenido de ternura y sentimiento que encierran.

Algunas mujeres prefieren guardar el secreto de su solicitud. Sólo confían su intimidad a la palabra escrita. Depositan ante la imagen peticiones, merecedoras de ser colocadas en el Muro de las Lamentaciones por la angustia que contienen. He aquí una de ellas: “Virgen María, te pido que ya que yo no puedo adelgazar, que engorden mis amigas”.

Benigno Colinas

Virgen Misionera

Virgen Madre del Socorro,
Infatigable viajera,
Protege a los misioneros
Que van a lejanas tierras.

Repartidores de gracias:
Sin esperar recompensa
Siembran Palabra de Dios
Y, a veces, su vida entregan.

En los templos de Misiones
Donde llega tú presencia
Queda en memoria el Icono
Con tu mirada serena.

Entre tantos misioneros
Tú has sido la Primera.
Por eso te hemos nombrado
De la iglesia, Misionera.

Al visitar a Isabel
Manifestaste tu influencia:
Contigo ya iba Jesús
Para darle fortaleza.

Portadora de la Paz,
De alegría en la tristeza.
Consuelo del afligido.
Madre y esperanza nuestra.

Graba en mi pecho tu imagen:
Dame tu amor y tu fuerza.
¡Causa de nuestra alegría!
¡Peregrina Misionera!

Neli Aguado