“Una Iglesia de talentos y no de patronos”. Domingo XXXIII del T. O.

 

“Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas. Le trae ganancias, no pérdidas, todos los días de su vida”. En una de mis parroquias anteriores había dos mujeres fieles, activas, emprendedoras a las que bauticé como “las mujeres hacendosas”. No paraban un segundo de hacer, arreglar, limpiar, pintar, renovar… Una fuerza y una vitalidad increíble. En ellas se cumplía a la perfección la profecía del Apocalipsis de “He aquí que lo hago todo nuevo”. Lo he visto más veces en mi familia, en las mujeres de mi vida: curar, cuidar, cocinar, mimar, educar y trabajar sin descanso… servir con entrega y pasión, con esfuerzo y tesón. Sacrificio y amor para que la familia avance y mejore, para que cada uno tenga lo que necesita y no falte nada. Sin duda en ellas se cumple la parábola de los talentos: “sierva buena y fiel, has sido fiel en lo poco te pondré al frente de lo mucho, ¡pasa al banquete de tu Señor!”. Pero pasa y siéntate que esta vez no te toca a ti servir ni cocinar ni limpiar… Pasa al banquete y disfruta.

Mateo nos sorprende con esta parábola de Jesús de los talentos. Es una analogía que prepara a los creyentes para pensar en la Parusía (la venida del Señor) y el tiempo del Juicio, en el que Dios hará luz y justicia sobre nuestra vida. Es una llamada a la responsabilidad, a responder y dar cuentas de los talentos que se nos han confiado. Y Dios da, dice la parábola “a cada uno según su capacidad”. Hemos de aceptar que tenemos capacidades distintas y que no todos tenemos “capacidades especiales” y somos superdotados, ahora que está tan de moda. Aceptar lo que puedo, lo que tengo y lo que soy no es un reto pequeño. Hacerme cargo de mis dones, mis talentos, y ponerlos a producir sin miedo al castigo o a un Dios que exige perfección o brillantez. La Iglesia que renovó el Concilio Vaticano II y que promueve el Sínodo reciente busca esto: una Iglesia de los talentos, de hombre y mujeres creyentes, conscientes de su bautismo y dispuestos a servir a Dios y los hermanos con su vida y sus dones. No una Iglesia solo jerárquica, ni una Iglesia de estrellas y “estrellaos”. Una Iglesia de todos, que avanza gracias a la guía de unos, pero unida al esfuerzo de todos y al impulso del Espíritu.

Esto que parece tan obvio no lo es… el otro día me vi obligado a responder a otro sacerdote que publicaba esto mientras defendía el rito de la Misa tradicional en latín: “Nada más que añadir, sigan hablando de subnormalidad, perdón, de sinodalidad”. Me resultó tan grave como escandaloso, y más viniendo de un sacerdote. ¿Acaso no es profundamente evangélica la llamada a la escucha de los fieles del Sínodo, de caminar juntos como comunidad de fe? ¿Acaso no es coherente con el ministerio y predicación de Jesús confiar tareas y ministerios a los laicos, darles protagonismo como el Sínodo invita a hacer, una Iglesia más fraterna y horizontal, menos clericalista y jerárquica? ¿O es que todavía algunos se sienten aún en posesión de la Verdad y del Misterio y les debemos reverencia y tratamiento de “su santidad”? ¿O pretenden hacer y vivir en una Iglesia de espaldas al Pueblo y a Dios, en las que debamos adoración a los ministros y a sus ritos tridentrinos (Misal de San Pío V)? ¿Por qué esos ritos son los verdaderos y buenos y no otros anteriores a los que esos sustituyeron? Puestos a volver atrás… mejor volvamos a Jesús y al Evangelio. Es triste perder energías en esto. Pero es importante saber situarse, saber qué Iglesia queremos edificar entre todos, pues todos somos “piedras vivas” de ella como dijo San Pedro. Y no usar esas piedras para aplastar a los hermanos o imponerles mi verdad particular, mis gustos litúrgicos o mis simpatías o antipatías al Papa de turno. Miremos más alto y más profundo por favor. Seamos Iglesia de talentos y no de patronos. Iglesia donde todos cabemos y tenemos sitio y función, donde todos tienen algo que aportar y sumar… Todos hijos y hermanos, aprendamos a ser familia, a respetarnos en nuestra pluralidad y diversidad, a estar en comunión por encima de las diferencias. Pidamos la gracia para ello, la necesitamos.

Víctor Chacón, CSsR