“Vuestra vocación es la libertad”. Domingo XIII del T. O.

Pablo a los Gálatas da el tono para regresar al Tiempo Ordinario de la liturgia: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «amarás al prójimo como a ti mismo»”.

Estamos llamados a una libertad verdadera, no a una apariencia de libertad. Si no a poder elegir aquello que más nos construye como personas, aquello que nos colme, nos sane y nos ayude a ser más plenamente humanos. Porque… ¡oh gran paradoja! Creer en Dios, en el Dios de Jesucristo, nos humaniza. Nos hace compasivos, capaces de vivir no solo en el mundo de los instintos animales, los deseos y las búsquedas personales. Nos aleja del “hombre es un lobo para el hombre” de Hobbes y nos acerca a “la vida del hombre es la gloria de Dios” de San Ireneo. Vivir desde una libertad que no se aprovecha del egoísmo, que no sucumbe a la ambición o la maldad, que no pisa, ni trepa, ni construye en falso, ni busca atajos. Y este camino de gracia, de crecimiento, de bendición tan solo se puede hacer desde el Espíritu de Dios. “Andad según el Espíritu y no según la carne” dice San Pablo. Esto nos lleva a pensar en los límites, que toda conciencia sana debe aprender a ponerse. Límites porque ni todo se puede tener, ni todo se ha de probar o gustar. Límites que nos hacen responsables de nuestra vida y de las consecuencias de nuestros actos y nos alejan del vivir frívolo y  egocéntrico que no tiene en cuenta a Dios ni a los hermanos.

Jesús nos anima a vivir en honestidad, a ser lo que somos, sin pretender ser más ni menos, sin falsas humildades. Él camina hoy con sus discípulos a Jerusalén y por ello, no le recibirán en algunas aldeas de Samaria. Santiago y Juan reaccionan así: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. No es una reacción muy fraterna ni amorosa, pero revela bien su condición humana. Su enfado por no ser recibidos ni aplaudidos esta vez. Revela también la fe persistente en un mesías guerrero que haría frente violento contra los paganos e incrédulos. Jesús les regañó nos dice Lucas. Esa no era la vía, el fuego no. Después vienen tres ejemplos de la exigencia del seguimiento, del discipulado. El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, con lo cual quien le siga no espere grandes comodidades ni ventajas mundanas. Y por último, aparece una llamada de atención a los que ponen la familia en el primer lugar y en el único. Esto se entiende bien solo desde la cultura judía de aquel tiempo, patriarcal y patrimonial, donde todos contribuyen a una estirpe y a acrecentar una hacienda. Jesús disiente de esta actitud. No cosechéis solo para vuestra familia, para “los vuestros”, sino para el reino de Dios. El que ha puesto la mano en el arado ha de seguir con la vista al frente, de lo contrario si se gira, fácilmente torcerá el surco que hacía. Estamos llamados a revisar nuestro seguimiento y a crecer con Jesús como único modelo. Un Jesús que peregrina a Jerusalén y que a veces es rechazado en el camino.

Víctor Chacón, CSsR