“YO ENTREGO MI VIDA, NADIE ME LA QUITA”, DOM. IV DE PASCUA

¿Quién es el pastor bueno que cuida de su pueblo según Dios? El que anuncia a Jesús y facilita el encuentro con Él. Así lo dice Pedro: “ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. No hay salvación en ningún otro”. El pastor bueno une al Pastor, con mayúsculas, que es Jesús. No tiene otra ocupación ni ganancia. El pastor que presenta la Palabra de este domingo no es ningún ser angelical, ningún sumo sacerdote confinado en las inmediaciones sagradas del templo y rodeado siempre de incienso. Todo esto está bien, y es parte de su ministerio, pero ser pastor es más amplio que ser presidente de una liturgia o desarrollar un “papel de mediador sagrado”.

El evangelio de San Juan nos anima así a pensar con estas tres claves: “el Buen Pastor da su vida por las ovejas”. No la acapara ni la retiene, no mide su ganancia, no construye su propio bienestar sino el del Pueblo. Es un hombre para los demás, así lo ha marcado Cristo. Su tiempo es para otros, no para sí. Su agenda lo marcan las necesidades de las personas. Sus desvelos son las dificultades de los que se llegan a él a pedir ayuda. Porque “el Buen Pastor conoce a sus ovejas, y las ovejas le conocen”. Vive en profunda relación y encuentro su vida. Nada humano le es ajeno, ningún pensamiento ni palabra. Está en el mundo, sabe y conoce a los suyos, lo que les hace reír y llorar, lo que les quita el sueño y lo que les alegra la vida. Su vivencia y vocación sagrada dan forma a su total humanidad, él no es “más”, sino “en” Cristo y “para” las personas. A todos acoge, a todos perdona, a todos sirve, a todos se entrega (aunque no a todo diga que “sí”, porque a veces para crecer hay que decir que “no” como Cristo nos enseña Mc 5, 19 por ejemplo).

Tercero, el Buen Pastor une al rebaño. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”. Si algo preocupa y ocupa a un Pastor, como a cualquier buen padre y madre de familia, es mantener unidos a los suyos. Que haya paz y armonía, entendimiento, que se superen enfrentamientos y divisiones. Jesús siempre tuvo a lo largo de toda su vida este ministerio de la Comunión, crear comunión, sanar divisiones, ayudar a ser pueblo, familia, hermanos, hijos del mismo Padre (como dice la carta de Juan de hoy). Por eso todo lo que separa y divide a la humanidad no viene de Dios sino que es obra del demonio (literalmente “daimon”: divisor. En griego). Ojalá los pastores y la Iglesia seamos fermento de fraternidad, encuentro y comunión allá donde estemos, y no caigamos en las redes del maligno que inventa mil pretextos para dividir… a veces hasta con causas nobles: la verdad, la pureza, la autenticidad…para enfrentar a las personas y romper las comunidades de fe.

“Nadie me quita la vida. Yo la entrego libremente”. Esto nos dice el Pastor Bueno y es el estímulo para todos los que creemos a hacer lo mismo. A ser lo mismo. “Pastorcillos buenos” que se cuelan en la vida de los demás, los aman, los conocen, los ayudan a sanar, los unen a otros y casi sin querer, pero queriendo, les entregan la vida.

Víctor Chacón, CSsR