“Yo os daré palabras y sabiduría, no temáis”. Domingo XXXIII del T. O.

 

Jesús profetiza la destrucción del Templo. Y eso era algo terrible para los judíos, pues pensaban que sin ese Templo ni el judaísmo seguiría y que eso anticiparía el fin del mundo. Pues bien, de momento, no ha ocurrido lo uno ni lo otro.

Lucas prepara -con este evangelio- a su comunidad para las persecuciones, ya que los cristianos serán perseguidos; pero eso no es el final. ¿Cómo me llevo yo con la dificultad, con que las cosas no salgan como quiero? ¿con que no me traten bien o me excluyan o traten mal de algún modo?  “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio”. El mal, desde la fe, se convierte en ocasión para ser testigos del Bueno, de Dios, para demostrar que estamos hechos de otra pasta, de eternidad, de aliento de Dios (ruaj) que late en nosotros. Por eso no devolvemos mal por mal, ni necesitamos preparar nuestra defensa. “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. El creyente es el que vive esperando, anhelando, las palabras de Dios. Su actitud es la de ser profundamente contemplativo de la Palabra y dejarse hacer por ella. Dejar que ella nos interpele, nos ilustre, nos corrija, nos humille y nos inspire. En definitiva, que nos una a Dios y a su proyecto.

Las urgencias apocalípticas (guerras, hambres, epidemias…) no son la mejor manera para hablar de Dios y de su salvación, pero tampoco debemos vivir con la pretensión de instalarnos aquí para siempre. La acomodación no pertenece al espíritu cristiano. El anhelo de un mundo mejor es lo radicalmente cristiano, un mundo mejor que comienza aquí, que tratamos de realizar y transformar ya en este mundo. Pero que sabemos solo logrará plenitud y gloria en otra vida, más allá de esta, junto a Jesucristo y al Padre, unidos en el Espíritu.

Los reinos de este mundo solamente provocan guerras y catástrofes, pero el Reino de Dios al que él le dedica su vida, nos trae la justicia y la paz. Frente a todas las persecuciones y luchas, Jesús nos invita a la perseverancia: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Perseverancia indica la actitud de la constancia, de saber mantenerse fiel y firme aunque todo se tambalee alrededor (y puede pasar). De cuidar y agarrarse fuerte a algún punto firme, sin soltarse jamás. Como quien aguanta un tsunami aferrado a un poste de luz o algo sólido. “Menein” en griego está detrás de esta palabra, y se traduce por “permanecer”. La perseverancia es un estar, aunque los demás ya no estén y aunque nada esté. Yo sí estoy, continúo, porque Dios me da la fuerza a pesar de todas mis debilidades y pecados. Yo sí sigo adelante, con su fuerza y su Palabra de vida, no con mis obras ni mi grandeza. Yo permanezco porque me fío, me apoyo, en Él que es mi roca. Quien da solidez a mi vida. Quizás el evangelio de este domingo nos anime a esto, a revisar nuestros cimientos: ¿en quién me apoyo realmente? ¿en qué/quién pongo mi confianza? ¿qué pasará cuando llegue la tormenta? Solo Dios sabe, pero ojalá nos pille pisando sobre roca, sobre Cristo.

Víctor Chacón, CSsR